miércoles, 30 de julio de 2008

¿He aquí vuestro rey!


Domingo, 25 de noviembre 1885. Segovia vivió con verdadera consternación la muerte del rey Alfonso XII. Y es que 1885 fue un año de luto para todos. Cuando el rey expiraba ahogado por la tuberculosis una mañana de noviembre en el palacio del Pardo, las heridas del cólera morbo asiático aún no estaban cicatrizadas. En Segovia la epidemia se había dado por concluida, pero el alcalde, Mariano de la Torre Agero, no dudó en prohibir la asistencia al cementerio el día de Todos los Santos por temor a que la emanación de gases procedente de los numerosos enterramientos pudiera resucitar la enfermedad.

Segovia, protagonista.

Los segovianos siempre dispensaron formidables recibimientos a los miembros de la familia real. El trato era muy cercano desde la construcción, en el siglo XVIII, del Palacio Real de San Ildefonso, así que doña María Cristina, que había pasado largas temporadas estivales en el Real Sitio, no dudó en presentar a su hijo al pueblo segoviano, que recibió el anuncio de la visita con enorme entusiasmo. La regente quería agradecer a Segovia las condolencias que le mostró cuando murió su infeliz esposo.

En el libro de actas del Ayuntamiento que se conserva en el Archivo Municipal están los pormenores de aquella visita tan especial que empezó a las cinco y media de la tarde del 30 de julio de 1887 en la explanada del Espolón, muy cerca de la plaza de toros. La comitiva real, que llegaba procedente de La Granja de San Ildefonso acompañada del ministro de Gracia y Justicia y los servidores de palacio, fue recibida por el alcalde, Francisco Pérez Castrobeza, y otras autoridades, que allí mismo cumplimentaron a la augusta señora. El vecindario llenaba las calles por donde había de desfilar la Corte, que marchaba escoltada por una sección de la guardia real vestida con traje de gran gala.

El flamante carruaje se dirigió a la Catedral, donde la reina, sus hijos y la infanta Isabel de Borbón entraron bajo palio. La familia real, que se sentó a la derecha del altar mayor, asistió entonces a un solemne Tedéum, terminado el cual tuvo lugar el acto central de la visita, que había de celebrarse en el interior de las entonces llamadas Casas Consistoriales, o sea, en el Ayuntamiento.

La regente fue recibida allí por el resto de la Corporación, y en la sala de recepción atendió un besamanos por el que pasaron todas las autoridades y alcaldes de muchos pueblos de la provincia. A continuación, la soberana tomó en brazos a su hijo, el rey Alfonso, y salió a la balconada del Ayuntamiento. El bebé tenía algo más de catorce meses, pero, debajo de él, había todo un pueblo que lo aclamaba «con numerosísimos vivas». Posiblemente la reina no pronunciara palabra, pero su gesto, con el pequeño sostenido en sus brazos, era una manera de expresar algo así como ¿he aquí vuestro rey! El sonido de los aplausos de la muchedumbre era ensordecedor. «¿Viva el rey!» «¿Viva España!», gritaba la plebe.

Obsequio.

Tras la degustación de un «delicado lunch», en palabras de Fernández Berzal, el séquito se trasladó al santuario de la Virgen de la Fuencisla. La viuda de Alfonso XII, vestida de riguroso luto, traía un regalo debajo del brazo: un manto para la Virgen de la Fuencisla, patrona de los segovianos, el mismo de color azul cielo que la imagen sigue luciendo año tras año cuando termina el novenario de septiembre.

En la puerta del santuario había un piquete de cadetes de la Academia de Artillería con bandera y música, que hizo los honores de ordenanza. Doña María Cristina, las infantas y el pequeño tomaron asiento en el presbiterio, donde el obispo bendijo el manto y se cantó una salve.

La familia real regresó después a La Granja y así acabó el último desplazamiento oficial que la Corte hizo a Segovia desde el Real Sitio, aunque la infanta Isabel volvería a la ciudad en múltiples ocasiones, y el pequeño Alfonso crecería correteando por los jardines de palacio, que no tenían para él secreto alguno. Las estancias reales en San Ildefonso terminaron con el incendio del Palacio Real ocurrido en enero de 1918.

El alcalde de Segovia recibió al día siguiente un telegrama del ministro de Gracia y Justicia en el que le transmitía el agradecimiento de la reina por el recibimiento dispensado: «S. M. la Reina Regente se ha dignado encargar trasmita á V. S. la expresión de su viva satisfacción y agrado por la acogida de que fué ayer objeto por parte del pueblo».

La visita de 1887 tuvo especial relieve porque, según Fernández Berzal, «era la primera vez que la augusta dama, que ceñía en sus sienes la corona real y envolvía su soberana figura a las negras tocas de la viudez, presentaba al pueblo a su egregio hijo, el Rey Don Alfonso XIII».

Fuente: nortecastilla.es.

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