Domingo, 25 de noviembre 1885. Segovia vivió con verdadera consternación la muerte del rey Alfonso XII. Y es que 1885 fue un año de luto para todos. Cuando el rey expiraba ahogado por la tuberculosis una mañana de noviembre en el palacio del Pardo, las heridas del cólera morbo asiático aún no estaban cicatrizadas. En Segovia la epidemia se había dado por concluida, pero el alcalde, Mariano de la Torre Agero, no dudó en prohibir la asistencia al cementerio el día de Todos los Santos por temor a que la emanación de gases procedente de los numerosos enterramientos pudiera resucitar la enfermedad.
Segovia, protagonista.
Los segovianos siempre dispensaron formidables recibimientos a los miembros de la familia real. El trato era muy cercano desde la construcción, en el siglo XVIII, del Palacio Real de San Ildefonso, así que doña María Cristina, que había pasado largas temporadas estivales en el Real Sitio, no dudó en presentar a su hijo al pueblo segoviano, que recibió el anuncio de la visita con enorme entusiasmo. La regente quería agradecer a Segovia las condolencias que le mostró cuando murió su infeliz esposo.
El flamante carruaje se dirigió a la Catedral, donde la reina, sus hijos y la infanta Isabel de Borbón entraron bajo palio. La familia real, que se sentó a la derecha del altar mayor, asistió entonces a un solemne Tedéum, terminado el cual tuvo lugar el acto central de la visita, que había de celebrarse en el interior de las entonces llamadas Casas Consistoriales, o sea, en el Ayuntamiento.
La regente fue recibida allí por el resto de la Corporación, y en la sala de recepción atendió un besamanos por el que pasaron todas las autoridades y alcaldes de muchos pueblos de la provincia. A continuación, la soberana tomó en brazos a su hijo, el rey Alfonso, y salió a la balconada del Ayuntamiento. El bebé tenía algo más de catorce meses, pero, debajo de él, había todo un pueblo que lo aclamaba «con numerosísimos vivas». Posiblemente la reina no pronunciara palabra, pero su gesto, con el pequeño sostenido en sus brazos, era una manera de expresar algo así como ¿he aquí vuestro rey! El sonido de los aplausos de la muchedumbre era ensordecedor. «¿Viva el rey!» «¿Viva España!», gritaba la plebe.
Obsequio.
Tras la degustación de un «delicado lunch», en palabras de Fernández Berzal, el séquito se trasladó al santuario de la Virgen de la Fuencisla. La viuda de Alfonso XII, vestida de riguroso luto, traía un regalo debajo del brazo: un manto para la Virgen de la Fuencisla, patrona de los segovianos, el mismo de color azul cielo que la imagen sigue luciendo año tras año cuando termina el novenario de septiembre.
La visita de 1887 tuvo especial relieve porque, según Fernández Berzal, «era la primera vez que la augusta dama, que ceñía en sus sienes la corona real y envolvía su soberana figura a las negras tocas de la viudez, presentaba al pueblo a su egregio hijo, el Rey Don Alfonso XIII».
Fuente: nortecastilla.es.