sábado, 24 de septiembre de 2011

Fuentepiñelanos por el mundo

Trasteando por internet, he dado con una historia preciosa, muy emotiva, digna de compartirla con todos vosotros. Después de mucho pensarlo, y en vista de que esta en la red, he decidido publicarlo.
La historia ha sido escrita por Felipe Gomez, sacerdote, y un fuentepiñelano por el mundo.
Si llegas a leer esta entrada, Felipe, me gustaría poder conocerte, seguro que son muchas las cosas que podrías contarnos de tus vivencias, de tu fe, de tus viajes por tierras tan lejanas.
Si alguien sabe de algún otro Fuentepiñelano por el mundo, o familiar, quizás podríamos ponernos en contacto, y que nos contara de sus experiencias.
Os dejo con esta bonita historia:


Mi Primera Misa

Yo me ordené en Saigón, en 1966. Pero había querido Dios que naciera en Fuentepiñel (Segovia), en familia labradora. Y mis padres -el tío Domingo y la tía Felipa- querían asistir a mi primera Misa... Sólo que ¿cómo iban a viajar unos labriegos a Cochinchina, y con la guerra que ardía entonces?
Si la fe mueve montañas... Conque decidieron ir... a su manera.
Aquel verano mi madre espigó las mejores cabezas del candeal que se hacinaba en la era, las ¡trilló! en sus manos y aventó a soplos el trigo. Lo molió con su molinillo del café y cernió la harina con un cedazo, hasta dejarla digna de ser hostia. Luego lo empaquetó en un fardel. Llegada la vendimia, mi padre escogió racimos del majuelo, los estrujó, echó el mosto en un jarro hasta que, ya fermentado, llenó con él un par de frascos. Y ¡hala! Se fueron a Segovia y en correos expidieron todo a Saigón. En Vietnam yo me uní a los ordenandos del seminario, cuyo rector, Mons.ThiÍn, acababa de ser consagrado obispo. La catedral estaba abarrotada.
El celebrante, primerizo él y muy nervioso, concluyó la ceremonia sudando. Bueno ¡Por fin sacerdote! me dije.
Con sencillez, la comunidad jesuita lo celebró con un almuerzo en familia. Acabado el brindis, suena el teléfono. El superior, P. Raguin, escucha extrañado, luego se me acerca por detrás y dice: ¡Coge la bicicleta y vuelve a la catedral! Al llegar, me encuentro con los recién ordenados, perplejos y cuchicheando en todos los tonos (el Vietnamita tiene seis tonos)... El rector del seminario nos empuje a la sacristía y, ya encerrados, nos espeta que... hay que repetir la ordenación, pues el obispo se trabucó y se saltó no sé qué ritos... Y así nos reordenó (sub conditione) a solas y sin comerse ni una sílaba. ¡Ahora sí que era yo cura de veras!
Al día siguiente, en el Centro Alejandro de Rhodes, celebré mi primera misa. Con la harina de mi madre había hecho el cocinero una hostia grande y el vino de mi padre llenaba las vinajeras. Había apenas concluido el concilio y la liturgia era aún a la antigua, aunque ya mezclábamos latín con francés y vietnamita. Al volverme para el Dominus vobiscum! Vi con los ojos del espíritu a mis padres sonriendo entre los saigoneses... Pronuncié mi homilía en vietnamita y, tan bien que mal, expliqué a los feligreses que sí, que allí estaban mis padres, en Misa con ellos... Les conté la historia de las hostias y del vino. Al principio de mi charla, noté que los chiquillos se reían de mis traspiés en los tonos; pero a medida que avanzaba la historia, me miraban boquiabiertos. Los mayores empezaron escuchando con cortesía y luego... percibí lágrimas furtivas en muchos ojos. Sobre el altar yacían el pan y el vino de Fuentepiñel. ¡Esto es mi Cuerpo...! y mi madre sostenía la Hostia. ¡Esta es mi sangre...! y los afanes de mi padre llenaban el cáliz. Cómo se encogen las distancias cuando las llena el amor. Al final, los asistentes vinieron en motrollón a felicitarme. Nunca habían oído hablar de padres así ni habían participado en semejante primera Misa.

--Felipe Gómez, S.J.


Fuente: Catholic.net

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